"Al
anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa con las puertas cerradas, por miedo…"
Con
estas palabras empezaba el evangelio de la misa de hoy. En cuanto las he
escuchado he pensado, conmovido, lo que Ricardo en su homilía nos ha dicho a
continuación.
Como
nosotros hoy. En el día primero de la semana, para los judíos es el domingo; metidos
en casa, con las puertas cerradas, por miedo… Y en ese miedo, han entrado de
golpe todos mis miedo; mis preocupaciones; mi ansiedad; la asfixia de tres semanas más de
confinamiento, por lo menos; la incertidumbre por un futuro en el que no me
atrevo a pensar…
Y
repito las palabras del Evangelio: "Al anochecer de aquel día, el día primero de
la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por
miedo…" Así estoy yo.
Y
entonces, nadie sabe cómo, Jesús entra y les dice, Paz a vosotros. Les desea la
Paz. La Paz, y todo lo que eso significa.
Sí, estaban
las puertas cerradas y entró. Estuvo con ellos. No quiero pensar que no esté
conmigo, con cada uno de nosotros, pero muchas veces necesito, necesitamos una luz que
nos diga dónde, dónde está, para escucharle decirnos Paz a vosotros.
En
esta tarde gris en la que, en medio de esta desolación, recordamos también la
muerte de la mamá de Isabel, necesito, y creo que todos necesitamos, la Paz que
sé que sólo Él puede darnos.
Sí, la
Palabra de Dios, muchas veces, entra en la vida cotidiana de un modo muy claro,
pero es que esta vez, este domingo, casi parece que avasalla. Jesús, vivo para
siempre, nos desea la paz, la de quien ya ha vencido al miedo, a la angustia, a
la tristeza, a la muerte. Y nos la desea aquí y ahora.
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