No
habrá un día de la victoria. No "desfilarán las tropas" entre los aplausos de
las multitudes, como en los Campos Elíseos, el 26 de agosto de 1944. Y esto es
muy importante que lo tengamos todos claro. En esta guerra no habrá un día de
la victoria.
La victoria
llegará, pero poco a poco, muy poco a poco. Las restricciones se irán levantado
paulatinamente, y tendremos que ser capaces de aguantar el tirón que supondrá que
vaya a ser un proceso y no un día, como todos desearíamos. Porque será un sí,
pero no; un sí, pero cuidado; un sí con la boca pequeña, durante mucho tiempo.
Y más
allá de las directrices que las autoridades nos vayan dando, todavía quedará el
miedo, un miedo que ha calado bien hondo en nosotros, que ha agarrotado a la sociedad como no imaginábamos que algo pudiera hacerlo. Porque no nos engañemos; el comportamiento ejemplar de la inmensa mayoría de
las personas está determinado por el sentido de la responsabilidad y el
civismo, sin duda; pero también por el miedo.
Y solo
el tiempo podrá ir diluyendo ese miedo. Tendremos miedo, aunque ya podamos
hacerlo, a darnos un apretón de manos, a abrazarnos, a besarnos. Tendremos
miedo a volver a los bares, al cine y al teatro. Tendremos miedo a llenar los
estadios. Tendremos miedo a subir en un ascensor lleno, o al metro en hora
punta.
Por
todo esto y mucho más, no habrá un día de la victoria. No habrá una salida del
túnel. Llegará un día en que caeremos en la cuenta de que el túnel quedó atrás.
De que la pesadilla pasó. Pero aun así, eso tampoco será la victoria.
Habremos
vencido cuando veamos que hemos sido capaces de reconstruirlo casi todo,
alumbrando un mundo mejor del que teníamos. Sí, llegará entonces, quizá por sorpresa, "el día de la victoria". Y no tendrá una fecha en el calendario. Será un
momento de la historia.
Y el
que ese momento llegue, está en nuestras manos.
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