No sé
dónde leí hace algún tiempo un artículo que creo que es del periodista Carlos
Benito. Me pareció interesante y lo copié/guardé en mi ordenador. Hoy, cuando
nos acercamos a los 40 días de confinamiento, que se dice pronto, lo he releído
y me parece oportuno compartir un fragmento.
Si
alguien lo quiere completo, me lo pedís por correo y os lo envío.
La
filosofía es nuestro compañero inevitable de epidemia y cuarentena, aun en el
caso de que las estanterías de nuestra casa –esa en la que permanecemos
forzosamente enclaustrados– no guarden ni una sola obra de pensadores ilustres.
En estos momentos de zozobra, cuando nuestras certezas y hábitos se han hecho
añicos hasta volverse inservibles, se nos agolpan en la mente las grandes
preguntas que han pellizcado desde siempre al ser humano. Por poco propensos a
la reflexión que seamos, la filosofía se acaba colando en nuestros hogares y
nuestras cabezas: ¿por qué nos está sucediendo esto? ¿Tan vulnerable es la
humanidad? ¿Es justo que mis padres enfermen y los del vecino no? ¿Cuáles son
los comportamientos éticos en estas jornadas difíciles? ¿Por qué en unos ánimos
prima la solidaridad y en otros el egoísmo? ¿En qué consiste ese amor que nos
hace añorar dolorosamente a los seres queridos, temer por ellos, sentirlos tan
cercanos a pesar de la distancia? ¿Es legítimo experimentar momentos de
felicidad familiar en mitad de tanto sufrimiento? ¿Cómo se debe resolver esa
situación terrible en la que queda solo una cama y se acumulan varios enfermos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario