FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

domingo, 12 de abril de 2020

Hasta que todos estemos borrachos por la fiesta.


Esta mañana de Pascua, mientras tañen las campanas de la iglesia del pueblo, quiero compartir otro texto de Arbeloa. Está escrito en forma de homilía para leerlo en la misa del domingo de Resurrección, cuando él era cura en la parroquia del barrio de Echavacoiz, en Pamplona.
Estamos en los años setenta, por lo que aparecen las pesetas y unos precios que ahora nos resultan increíbles. También se intuye el ambiente social de aquel momento de nuestra historia. 
Estaba yo entonces en mi década de los veinte, y aún recuerdo cómo me gustó cuando la leí en el libro Cantos de fiesta y lucha. Aún con sequías recurrentes ha llovido mucho desde entonces, pero siguen pareciéndome unas palabras sencillas y frescas, que no han perdido ni un ápice de la fuerza y la alegría contagiosa que en ellas encontré para trasmitir la noticia más grande de la historia, la resurrección de Jesús. Por eso la comparto esta mañana.
Es larga, pero no le tengáis miedo.

PREGÓN PASCUAL EN FORMA DE HOMILÍA
Sobre Hechos 10, 34, 37-43 y Juan 20, 1-9

I

Amigos y compañeros del barrio de Echavacoiz,
hermanos en la fe de Jesucristo:
Si yo tuviera una fe grande,
una fe recia, como dicen que tenían
nuestros ilustres antepasados,
o si supiera que vosotros la teníais
a prueba de cualquier desilusión,
de cualquier desgaste de disgusto,
de cualquier escándalo, más o menos farisaico,
o de cualquier edad,
y de cualquier cansancio de la vida,
tocaría esta mañana la corneta
o el tambor,
como toca cuando hay bando de noticias importantes
el formal y tan simpático alguacil de mi pueblo:
«Os anuncio un gran gozo –os diría
con voz aguardentosa o cantarina–,
una buena, una inmensa noticia,
más importante que el cine de esta noche,
o que el posible ligue de esta tarde,
más importante aún que el «Mini» por que estáis ahorrando,
que el traslado del piso,
que el ingreso de Paco,
o que el acierto de 13 en la quiniela.
¿Sabéis qué? Pues que Cristo, el Señor que había muerto,
que el amigo colgado de tres clavos
ha resucitado para siempre,
es decir, en castellano:
que Jesús, el Cristo, vive para siempre,
que algo extraño y sublime sucedió tras su muerte
que acabó con la muerte,
le quitó el aguijón a la muerte,
que el hombre no es un ser para la muerte,
que la tumba tiene también su propia tumba,
que Dios le arrancó del hoyo del olvido y la carroña,
que la triste y hedionda corrupción no es definitiva,
que podemos vivir, luchar, amar y enredarnos en los sueños,
sin tanto miedo al camión oscuro,
al cruel relámpago,
al mazazo seco,
al incendio súbito,
al ahogo lento,
al puñal maldito de la muerte.

II

Nos lo ha dicho Pedro, el amigo de Jesús,
cobarde e impetuoso,
que, tras avergonzarse del Maestro,
rompió a llorar como una Magdalena
y se fue a predicar por todo el mundo
que el Maestro vivía,
y se dejó cortar por eso la cabeza.
Nos lo ha dicho diciéndolo a Cornelio,
un centurión romano en Cesarea,
poco dado a creer en fábulas y cuentos:
Jesús había estado cerca de ellos;
al partir el pan y el vino de la cena,
lo sintieron tan íntimo y activo,
que hasta comió y bebió con ellos y enseguida
se fueron por el mundo anunciando a las gentes asustadas
–asustadas por tantas cosas que pasan los días y las noches–
que él es el juez de vivos y de muertos,
que suyos son la muerte y los infiernos, ya vacíos,
suyo el perdón, la paz y la última alegría.
Y Juan, otro testigo de la hora primera,
casi un muchacho, amigo
hasta el final, al pie de la agonía,
nos cuenta emocionadamente su experiencia.
Juan no es –nadie se engañe– un periodista reportero,
ni un locutor de radio, ni un fotógrafo,
ni se fue la mañana del domingo
a rodar la película a la boca del sepulcro.
No. Juan pretende decirnos otra cosa:
no noticias, ni el cómo de las cosas,
sino su hondísima verdad, la pulpa del mensaje,
aquello que no es sola e infantil curiosidad,
sino el sentido
de la vida y la muerte de Jesús,
que nutre nuestra vida y la levanta como un globo
y limpia nuestra muerte del miedo y de la nada.
La piedra del sepulcro está corrida,
es decir: la muerte ha sido derrotada,
se han quedado sus fauces sin la presa:
le ha vencido la vida en primavera.
Nadie ha robado el cuerpo de Jesús
¿cómo hubieran podido los ladrones
despojar el cadáver de las vendas y doblar el sudario?
Jesús no sale atado de lienzos como Lázaro,
que tiene el pobre que morir de nuevo.
Jesús es el señor de la vida y de la muerte,
libre ya de cualquier ligadura:
viento suelto que todo lo revive,
pájaro azul de la mañana,
chorro de luz que nada ni a nadie se sujeta,
música matinal que al mundo alegra,
hijo de Dios, hijo del hombre, vida
que agarrota a la muerte por sorpresa,
palabra original y nunca repetida,
que todo lo contiene,
que a todos, por los siglos, nos enseña.
Amor de madrugada
que a todos nos despierta y nos remueve,
con su sangre caliente todavía,
con su abrazo de hermano, de padre, de esposo para siempre.
Juan ha comprendido bien esta mañana
que el amor es más fuerte que la muerte,
que no bastan las vendas y el sudario,
ni el sepulcro vacío,
que a Pedro le sorprenden,
sino el encuentro
gozoso con Jesús,
la fe desnuda y deportiva,
juvenil, en su reino.

III

Pero, amigos, no es tampoco la hora de engañarse,
de volver otra vez a las andadas,
de refugiarnos de nuevo en la vieja cantinela
de un Dios con minúscula,
de magia,
poderoso hechicero,
cómodo tapahuecos,
santón de vela y oración apresurada,
que nos libra de pensar y de creer,
incluso de vivir,
y que se encarga, tan bueno y complaciente,
de ponernos un día de patitas en el cielo.
No. Dentro de un cuarto de hora,
al salir de la misa,
los chavales darán la misma murga que antes,
y el rico –más o menos barato– pollo del domingo
no se convertirá en plato de langosta.
Seguirá la merluza a doscientas pesetas,
y habrá que contentarse, a ser posible,
con los ricos medallones rosados de merluza congelada.
Las alubias, las rojas, estarán a sesenta,
y la carne en picadillo a sólo cien pesetas kilo,
a catorce cincuenta la leche
después de tantas idas y venidas;
la gasolina no sé, no tengo coche.
Y el mínimo salario a doscientas veinticinco después de la subida,
para que podamos llevar una vida lo más mínima posible,
pensar lo mínimo,
leer lo mínimo,
tener una mínima cultura
en honor de los máximos señores
del mundo y del país.
La vida seguirá lo mismo que antes;
tal vez volverá a subir otro quince por ciento
y el salario –si hay suerte
y con la ayuda de alguna huelga a tiempo y bien llevada–
subirá tal vez hasta un once por ciento en todo caso.
Se sentirán los enfermos
igual de tristes solos cada tarde.
Margari perderá seguramente el novio,
y Pedro no podrá casarse con Piluca
que era el primer amor, ya en manos de otro.
Las casas del llamado bloque Urdánoz
nunca serán como las nuevas,
escandalosamente caras,
levantadas en el bonito Paseo Sarasate,
donde viven y cobran ciertos hombres
que oficialmente son nuestros hermanos.
En fin, señoras mías que me escuchan,
habrá que volver a ver
qué dicen las revistas
sobre las pecas, la piel de oca o las arrugas.

IV

Nada, nada habrá cambiado de repente.
Porque la pascua, amigos,
no es un timo,
ni una varita mágica,
ni una buena receta que da algún cura tonto
–o muy listo, quizá, según se mire–,
ni una oración con suerte a santa Rita.
Porque Jesús ha muerto igual que cualquier hombre
y hay que pasar, con él, por ese aro.
El Cristo de la pascua, que vive junto al Padre,
tiene aún y para siempre
la marca de los clavos.
La cruz seguirá siendo,
desgraciadamente y para rato,
el árbol donde el coche va a estrellarse
cuando todos volvían tan contentos,
la reja insoportable de los presos,
la bala fratricida del fusil,
el látigo legal o físico del amo,
el sobre del despido,
el número del código penal
que nos condena.
Pero también, si somos fieles y sencillos,
la bandera animosa,
la dirección segura,
la flecha de esperanza,
el bastón de la vida
con que Dios, nuestro amigo, nos conduce.
Seguimos caminando, amigos, compañeros.
El reino no ha venido aún del todo:
¡también tenemos nosotros que traerlo!
Sí, sí, sabemos que algún día
encajará por fin lo que está desencajado,
será explicable lo que ahora
nadie explica,
las cosas y personas estarán en su sitio
y todo volverá a tener sentido.
¡Pero cuánto habrá llovido en el barrio para entonces,
qué viejísimos serán los chicos de estos bancos!

V

Nuestras pobres alegrías entre tanto
no son más que un estreno;
nuestro amor,
un besito tímido en la frente.
Y del banquete,
del que Jesús nos habla a cada paso,
no tenemos aún
más que unos pocos entremeses.
Lo demás iremos preparando
uno a uno y día a día,
todos juntos,
lo más rápido posible,
hasta que todos
estemos borrachos por la fiesta
–que Dios es más fuerte y generoso
que el vino de Mañeru–,
chiflados como novios,
y locos de amistad y esperanza interminable
en la mesa redonda y siempre puesta
del reino de los cielos.

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