Esta
situación que estamos viviendo, cuyo alcance y consecuencias no podemos todavía
imaginar, está provocando mucho, muchísimo dolor, un dolor que nos sumerge en
una oscuridad desde la que ansiamos cada día con más fuerza, la luz.
Pero cometeríamos
un grandísimo error si no fuéramos capaces, en medio de esa oscuridad, de ver
cómo aquí y allá, cada día, fuertes ráfagas de luz nos recuerdan que la luz
existe.
Hoy,
Jueves Santo, es un día en el que los creyentes, mediante símbolos, celebramos
realidades tan altas, tan luminosas, que no podemos ni siquiera atisbar sin
esos símbolos.
La
institución de la Eucaristía, como la presencia real de Jesús entre nosotros, y
el lavatorio de pies, como la consagración del servicio a los demás como norma
de vida, son sin duda luces que, quizá por el peso de la costumbre y la cotidianeidad de los símbolos, habían perdido brillo.
A
menudo sucede que los símbolos acaban ocultando lo que simbolizan, y nos
quedamos mirando el dedo que señala la luna. Y aunque nos la señala, nos
quedamos sin verla, y luego decimos que no había luna.
Este virus mil veces maldito, de un modo inesperado y brutal, como un viento
impetuoso, nos ha llevado, más allá de los símbolos, hasta la pura majestad de
lo real, como diría Teilhard de Chardin.
Miles
de personas están ayudando, compartiendo, dejándose la piel y jugándose la
salud, incluso la vida, por los demás, por gente que ni conocen, en una entrega
de comunión y servicio profunda e inequívocamente evangélica. Y en cada una de
esas personas, aunque no sean creyentes, está Jesús presente y actuando en
nuestras vidas y en nuestra historia.
No es
un Jueves Santo más el de este año. Está produciéndose, aquí y ahora, un
continuo acto de servicio entre los hombres, una comunión universal que,
rompiendo todos los esquemas, está alumbrando un mundo nuevo; y con dolores de
parto, como dice san Pablo.
Nada
va a ser igual, porque si grande está siendo el dolor, si angustioso es el
miedo, grande es también el testimonio
de una humanidad en lucha contra el mal que, quizá sin saberlo, está cumpliendo
la voluntad de Dios según nos la enseñó Jesús.
No, no
es un Jueves Santo más el de este año.
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