¡Qué
mañana de primavera! Después de días y días foscos, de lluvias, y de frío, un
cielo limpio y azul y un sol tibio nos ha recordado, este primer día de abril,
que estamos en primavera. Ya no es solo el calendario quien lo dice.
He
salido al patio, he subido a la terraza y también las plantas que cuido me han
recordado que estamos en primavera. ¡Claro que escucho la llamada de los montes
en fiesta reclamando mi presencia! Pero no es posible, aún no es posible. Hay
que seguir esperando.
Pero tengo
a mano los rosales, próximos ya a las primeras rosas; los limoneros con sus
flores y sus frutos, juntos en el árbol; el olivo, también en flor; los
granados, con su hermoso verde nuevo; el jazminero y la buganvilla, repletos
de brotes aún rojos; las clivias y los agapantos, con sus largas hojas;
el laurel, impasible, verde como siempre; el romero y las adelfas… Y la
literatura. También la tengo a mano.
Y voy
a compartir un poco de todo esto. Voy a compartir algunas fotos de mis plantas, recién llovidas, y
un texto de Platero y yo titulado precisamente, La primavera.
¡Ay,
qué relumbres y olores!
¡Ay,
cómo ríen los prados!
¡Ay,
qué alboradas se oyen!
ROMANCE
POPULAR.
En mi
duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por
fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar
el campo por la ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los
pájaros.
Salgo
al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos,
fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba
el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en
chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto, y, en
el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
¡Cómo
está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y de oro;
mariposas de cien colores juegan por todas partes, entre las flores, por la
casa—ya dentro, ya fuera—, en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en
estadillos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece
que estuviéramos dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una
inmensa y cálida rosa encendida.
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