Refugio de La Renclusa, donde empieza esta historia.
Voy a
contaros una historia larga, en varios capítulos. La historia no es mía, es de
mi hermano Paco. La escribió y me la entregó hace ya mucho tiempo, y he de reconocer que me sorprendió; no esperaba algo así. Hoy, con su permiso, la comparto. Empiezo
sin más preámbulos.
Capítulo
1.
Han
pasado ya muchos años pero no puedo esperar más. Necesito contártelo. Sólo te
pido que esto quede entre nosotros dos. Han sido casi treinta años en los que
todos y cada uno de sus días he tenido presente este recuerdo. ¿Te acuerdas del
campamento volante por el valle de Benasque? Al terminarlo, os volvisteis con
los chavales a Valencia, y yo me quedé esperando a que regresarais MªJosé, Javi
y tú. Se nos había quedado pendiente hacer el Aneto.
Teníamos
previsto volver a vernos en La Renclusa al cabo de tres días, por lo que acampé cerca del refugio. Había otras tiendas junto a la mía. A media tarde
empezaron a caer las cascadas de nubes que llegaban desde Francia, y en poco
tiempo ya se había cubierto todo. Entré pronto en la tienda y me entretuve
mirando el mapa. Sobre el papel se veía fácil la ascensión al Aneto. Me dormí
pronto, con la idea de que si salía bueno, podría acercarme a la Cresta de los
Portillones y ver de cerca el glaciar.
A las
4 de la madrugada me despertó el murmullo de la tienda de al lado. Era un grupo
de tres vascos que iban a hacer la Maladeta, según me dijeron luego. No pude
volver a dormirme. Se oía alrededor, linternas, lumogases y preparativos para
la ascensión. En ese momento decidí salir y pegarme a algún grupo que conociera
el camino hacia los Portillones. Ya no había niebla. Al contrario, el cielo
estaba completamente raso y con más estrellas de las que podía imaginar. Me
puse las chirucas, los bávaros y un suéter de manga larga encima de la
camiseta. No hacía mucho frío, sin embargo la manga larga no molestaba. No
tenía hambre, pero cogí un paquete de galletas y una manzana para más tarde.
Solo quería acercarme a ver el glaciar y volver. Esperaba regresar sobre las 9
o las 10 para desayunar en La Renclusa. Cogí la linterna y el bastón y seguí a
los vascos. Me habían dicho que para ir a la Maladeta pasaban por el Portillon Superior.
Se veía una larga hilera de lucecitas moviéndose por la montaña, aún oscura. Y
sólo se oía el golpear de botas y bastones contra las rocas del camino, y el agua de torrentes y cascadas.
El
Aneto tiene mucho de sobrecogedor, enigmático y desafiante, hasta de religioso.
Continuará.
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