Voy a
contar la historia del Mall de l´Artiga, a la que hago referencia al final de
la recién publicada, Allá en el glaciar. Historia ésta que, aunque no tiene
relación directa con la otra, le añade un puntito más de misterio, la hace más
inquietante todavía.
Es el
Mall de l´Artiga una altiva montaña de 2707 metros, situada justo en la
divisoria entre la vertiente atlántica y la mediterránea de los Pirineos. Al
norte se extiende el valle de Arán, y más allá la llanura francesa; al sur, se
eleva, impresionante, el macizo de La Maladeta, con el Aneto dominándolo; hacia
el oeste, baja el valle de Benasque que se hunde entre magníficas montañas; y
al este, la mole caliza de La Forcanada atrae todas las miradas. Flanquean la
montaña dos collados, el Coll de Toro y el Coll “dels Aranesos”.
Pues
bien, el 6 de julio de 1987 la ascendí por primera vez con un grupo de
chavalillos muy jóvenes, con los que estaba acampado en la Valleta de la
Escaleta, delicioso vallecito de Benasque por donde en aquel entonces no pasaba
nadie.
El
itinerario, desde el sur de la montaña, por donde subimos, era directo, muy
escarpado y extraordinariamente duro.
Ya en
la cima, viendo por donde habíamos subido, tuve claro que por ahí no bajaríamos;
no me parecía prudente. Siempre es más peligroso bajar que subir.
Mientras
disfrutábamos del impresionante panorama de la cima y reponíamos fuerzas,
busqué un camino para el descenso, y me pareció que la vertiente oeste, que
bajaba directamente al Coll de Toro, parecía factible. Sabía que esa ladera
estaba cortada por una gran muralla de roca absolutamente vertical, pero algún
punto débil tendría para poder llegar hasta el lago.
Era un
riesgo, pero más peligroso me parecía bajar por donde habíamos subido, así que,
tras un rato en la cima, iniciamos el descenso que, pese a ser un terreno muy
escarpado, era más cómodo y mucho más seguro.
El día
seguía azul y sereno, como había amanecido. Bajaba tranquilo, pero en un santiamén
una espesa niebla subió desde el valle de Arán colmando la Artiga de Lin, y alcanzándonos
a nosotros cuando aún estábamos a media ladera.
Me
preocupé. ¿Cómo encontraríamos un paso desconocido, en una muralla de más de un
kilómetro de larga, en medio de la niebla?
En
cualquier caso había que seguir descendiendo. Poco a poco, con precaución,
fuimos perdiendo altura. Intuía abismos próximos, pero no se veían. Avanzábamos
en fila india. Y en un momento determinado llegamos a una estrecha y fácil
chimenea que nos abrió el paso hasta el lago, desde donde las tiendas estaban a
diez minutos por un buen sendero.
Veinticinco
años después, el 17 de julio de 2012, fue un espléndido día de verano. Estaba
con la familia que iba a hacer un picnic en la Artiga de Lin. Me levanté
temprano para volver a subir a aquella cima. Quería ver si realmente era tan
peligrosa la vía de ascensión que hicimos, y dónde estaba esa chimenea a la que
llegamos en medio de la niebla. Había quedado en bajar a la hora de comer.
Me
ratifiqué en que el itinerario de ascensión no era bueno, era demasiado
expuesto, y desde luego, muy peligroso en descenso. Pero estaba tranquilo,
porque sabía que por la vertiente del Coll de Toro se bajaba sin ningún
problema. Lo había hecho y en medio de la niebla.
El día
era azul, limpio, sin viento. Un día perfecto. Y yo tenía muchos años más de
experiencia. E iba solo, sin más responsabilidad que cuidarme a mí mismo. Tras
recrearme en la cumbre inicié el descenso tranquilo y confiado.
No
encontré ningún paso en aquella muralla. Ninguno.
De
hecho, tuve que volver a subir a la cima y bajar directamente hacia el Coll dels Aranesos por una ladera desconocida, con pendientes fortísimas. Pasé miedo. Al fin
llegué al sendero que me llevó a donde me esperaban, ya muy preocupados por mi
tardanza.
Desde
entonces no he tenido ocasión de ir al Coll de Toro a buscar la chimenea que
nos salvó, y que años después yo no encontré. Sí he explorado detenidamente esa
muralla desde otras montañas próximas, y me ha parecido ver un punto débil en
ella, al que probablemente llegamos. Espero poder volver algún día, encontrar
aquella chimenea, y alcanzar por allí la cima. Porque existir, existe.
Lo
inquietante de esta historia no es que la chimenea exista o no; el que no
existiera sería ya harina de otro costal… Lo inquietante es pensar cómo pudimos
llegar a ella en medio de una densa niebla, cuando en un día espléndido, y
con mucha más experiencia, no fui capaz
de encontrarla.
Con esta que he contado, dos veces salí bien parado de lo que fueron muy graves apuros, en circunstancias extrañas, en ese collado. Dos veces. Y las dos en medio de la niebla.
Por eso le doy gracias a Dios, además de preguntarme, acariciando el misterio, ¿qué pasó en el Coll de Toro? ¿Qué pasa en el Coll de Toro?
La Valleta de la Escaleta, en Benasque, donde estábamos acampados en 1987. |
El lago del Coll de Toro. Llegamos a él, tras descender la chimenea, por el helero de la derecha. |
El grupo envuelto en la niebla. |
Macizo de La Maladeta desde la cima, el año 2012, cuando subí solo. |
El Coll de Toro con su lago. A la derecha el Mall de l´Artiga. El itinerario de descenso va por detrás de la cresta. |
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