Aunque
ya lo hemos hecho muchas veces, el aplauso de los ocho de la tarde sigue
impresionándome. Puntualmente, todos los días, ventanas, balcones, terrazas, en la puerta de la calle,
nos vemos los vecinos para aplaudir a todos los que luchan, día a día, en el
frente, contra el enemigo. A todos. Y de un modo especial a los sanitarios, por
estar en el lugar más peligroso del frente, los hospitales.
Al
aplauso se le unen a menudo, vítores, música, linternas encendidas, petardos,
alguna carcasa. Luego nos saludamos, nos deseamos las buenas noches y vuelve el
silencio. Un día más.
Pensar
que a la vez que nosotros, en toda España, millones de personas aplauden
también en ese momento, es un pensamiento que hemos de tener cada día para
degustar esa solidaridad que hay detrás del gesto ya cotidiano, y que nos hace
fuertes ante la adversidad. Para no acostumbrarnos a él.
Estoy
seguro que después de esto, muchos vecinos que vivían años en el mismo edificio
y ni se conocían, se saludarán con alegría cuando vuelva la libertad. Y mucha
gente solitaria se habrá dado cuenta de que no estaba tan sola. Y esto es
bueno, muy bueno.
Es
como un pequeño fuego que este tiempo de dolor y sufrimiento ha prendido en
nuestra tierra, y seremos nosotros los que tendremos que cuidarlo, protegerlo y
alimentarlo, para que crezca fuerte y sano, y nos dé a todos, luz y calor.
Será
nuestra revancha. Debe serlo. Hacer crecer todo lo que de bueno está surgiendo
en este tiempo negro. Porque más allá del justo aplauso de las ocho, hay toda
una multitud de hogueritas que brillan humildes en las sombras, y que hemos de
descubrir para no pisarlas y apagarlas, y cuidar desde ya. Y cuando todo vaya
pasando, seguir cuidándolas con más tesón, con más entrega, para que se
conviertan en una gran fogata que ilumine una sociedad, un mundo renacido,
cuando por fin ya todo haya pasado. Un mundo más justo, más humano, más limpio.
Sí,
será nuestra revancha. Será nuestra victoria rotunda sobre el virus. ¡Ojalá que
así sea! Porque podría no serlo. Podríamos olvidarlo pronto. Podríamos; pero
quiero pensar que no será así. La esperanza de que así vaya a ser, la tengo; y
ahora, más que nunca, necesitamos esperanza.
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