FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

martes, 24 de marzo de 2020

Allá en el glaciar. Capítulo 2.

Grieta en uno de los glaciares del Aneto.

Cuando llegué a la cresta ya estaba amaneciendo. Me despedí de los vascos y me quedé admirando el espectáculo. Yo solo. No te he de decir cómo es un amanecer a casi 3000 metros de altura. Ese brillo rosado del hielo del glaciar me recordaba los cantos de sirena que tientan a los marineros. Y me dejé llevar…
El camino sobre el hielo estaba muy marcado. La verdad es que resbalaba un poco, y yo no llevaba ni crampones ni piolet. Pero pensé que, si iba lento y poniendo los pies en las huellas que habían dejado marcadas, no habría mucho problema. Y entré en el glaciar.
Siguiendo el bien hollado surco en el hielo, recordé que la noche anterior había visto en el mapa que, desde el collado Maldito se vería el lago de Cregüeña desde arriba. Y no lo pensé dos veces. Dejé el camino y me dirigí hacia el collado siguiendo unas huellas que parecían recientes, hechas a golpe de piolet.
Las seguí sin demasiados problemas hasta que bordeaban una grieta. Me paré y decidí dar la vuelta. Ya sabes lo impresionante que es una grieta en el hielo de un glaciar, y más si es la primera vez que ves algo así. Pero también me imaginaba el espectáculo desde el collado. Eso, y la inconsciencia de mis veinte años, me animaron a arriesgar. Y pasé junto a la grieta, sin mirarla. Pero entonces las piernas me empezaron a temblar como nunca me había pasado. Me paré. Empecé a sudar mientras el corazón me golpeaba fuerte en el pecho. La siguiente huella estaba poco marcada, o así me lo parecía. Decidí retroceder andando de espaldas, volviendo a poner los pies donde ya los había puesto. A mi lado, la grieta se me antojaba cada vez más profunda, más peligrosa… Sentí que me mareaba, oí unos zumbidos, y dejé de ver. No recuerdo nada más.
Cuando recobré el sentido no veía nada. Me dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza y el hombro izquierdo. Hacía frío, un  frío atroz. Todo lo que tocaba a mi alrededor era hielo. No sabía, ni sé, el tiempo que estuve inconsciente, no tengo ni idea. Cogí la linterna que llevaba en el bolsillo y la encendí, pero de poco me sirvió. No había nada que ver, hielo y solo hielo, un pasillo de hielo. Era un hielo muy limpio, casi transparente. La luz de la linterna producía unos reflejos azulados y unos brillos que nunca había visto. Ahora pienso que era bonito, pues lo cuento como algo pasado, pero en aquel momento no me importaba para nada la belleza de la luz en esa cárcel de hielo. Sentí mucho miedo, y angustia. Pensé que no saldría de allí con vida.
Recé. Sí, recuerdo que recé mientras avanzaba unos metros por la grieta que a modo de extraño pasadizo parecía extenderse ante mí. Se andaba bien, aunque resbalaba. Seguí avanzando. Caí un par de veces, lo que me provocó más dolor, sobre todo en el hombro. El frío me parecía más intenso, me iba agarrotando. Entonces me di cuenta de que la pared de mi derecha…

          Continuará.

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