Paseaba
el otro día por el pueblo, lo hago poco, cuando me sorprendió el fuerte olor a
porro que hacía en dos calles por las que pasé. Y no es la primera vez. Hay
otra, que sí frecuento, muchas veces perfumada por un mozalbete que, desde una ventana,
a la vez que saluda, o eso parece, al personal que entra en su campo visual, se
coloca sin recato alguno.
No
entro ni salgo en el tema de si es bueno fumar o no, porros o lo que sea; creo
que es evidente y no hacen falta más comentarios. A lo que voy es a otra cosa.
O se
legaliza y se regula, o se prohíbe de verdad, y con todas las consecuencias. La permisividad
que hay respecto a todo esto es lo que de verdad está haciendo mucho daño, y
además en ámbitos no sanitarios, como el educativo, el policial, o el judicial. En lo referente a la salud, pienso que el mismo daño hará sea legal o no.
Yo
puedo decir que no me he fumado un porro en mi vida; ni falta que me ha hecho.
He tenido suerte; creo; no ha sido mérito mío. Por eso me dan mucha pena los
que no han tenido esa suerte; niños y jóvenes que entran en ese barrizal por
pura gilipollez, sin pensar en ningún momento en el sucio entramado oculto que
sustenta su tontería. También me dan pena los jóvenes y adultos, ya
enganchados, que quieren y no pueden salir del barro en el que se metieron en otros tiempos, por
necesidad de integrarse en el grupo, o porque así se creyeron más guays que
nadie.
No
quiero entrar en más cuestiones. El tema es muy complejo. Pero hay algo muy
simple. O es legal y está regulado, o está prohibido. Pero eso de sí pero no, no pero sí, si a veces,
según qué, según cuando, según cuanto… No, eso no. Eso sí que no es bueno.
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