FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

viernes, 27 de marzo de 2020

Allá en el glaciar. Capítulo 5.



Me dijo que se llamaba Masial y que por ser el más viejo era obedecido por la comunidad. Aunque le pregunté la edad no me entendió. Era difícil calcular los años que pudiera tener. Estaba casi calvo, pero su piel no tenía ninguna arruga. Era una piel muy clara y ligeramente rosada, de apariencia muy fina. No tenía dientes, o mejor dicho, tenía unos restos de dientes carcomidos por la caries. El cuello lo tenía muy abultado.
Iba vestido con una especie de poncho que le llegaba hasta la rodilla y llevaba los pies descalzos. Todos los que vi, hombres o mujeres, llevaban este vestido, que en el caso de los varones era algo más oscuro y con una apariencia más tosca que el de las mujeres y niños.
Su gran interés parecía ser averiguar cómo yo había llegado hasta allí, y aunque yo le expliqué mi caída en la grieta, no pareció entenderme; y me preguntaba una y otra vez. Pero no me sentí amenazado en aquel extraño interrogatorio. Más bien parecía ser él, el que tuviera miedo a mi presencia allí.
A medida que mis ojos se acostumbraban a la luz de aquel lugar, me iba dando cuenta de más detalles. Estaba en una sala muy grande, casi como un campo de fútbol. Las paredes eran de granito y todas irradiaban fosforescencia. El suelo, suavemente caliente, estaba cubierto de una mezcla de tierra y algo que parecía serrín. Desde esa sala partían pasillos que posiblemente conducían a otras dependencias.
Caí en la cuenta entonces de que había perdido la noción del tiempo. ¿Qué hora sería? Además de que no lleva reloj no podía orientarme con nada. No había allí día y noche. ¿Cuándo dormía aquella gente?
Me estaba haciendo esa pregunta cuando oí una campana. Una campana con un tañido metálico que reverberó en aquellas bóvedas durante un buen rato. Marsial me tomó de la mano y me llevo a una pequeña sala en la que había algo parecido a una manta ligera. Con gestos me indicó que era para dormir. Cerca de mí se quedaron dos hombres para custodiarme. Estaba cansado pero no podía conciliar el sueño. Mi mente era un torbellino. ¿Era esto una pesadilla? Ahora, mientras te cuento todo esto, te aseguro que fue real. Dormí poco y mal, a ratos. Estaba incómodo por el dolor del hombro, pero sobre todo, no podía dormirme pensando en quién era aquella gente, cómo había llegado a aquel lugar, dónde estaba situado, desde cuándo estaban allí, cómo sobrevivían sin ver nunca el sol, qué comían, de dónde lo sacaban…
De nuevo, la campana me sacó de aquella extraña duermevela. No sé el tiempo que pasé “durmiendo”, pero me pareció poco. Al momento, llegó Marsial. Llevaba en sus manos una vasija con una sopa dulce y caliente. No puedo decirte lo que era, pero tenía hambre y me la tomé. Su consistencia era la de una crema de champiñones, pero muy dulce.
Cuando terminé, cogió la vasija y se la dio a uno de los guardianes que había estado vigilándome mientras dormía. Con un gesto me dijo que le siguiera. A los pocos pasos, se volvió hacia mí y me dijo que íbamos a la “illesia”. Entendí que cada día empezaba con una oración para dar gracias a “Dieu” por haber salvado a su pueblo. ¿Qué era para ellos un nuevo día? ¿De qué les había salvado ese Dios al que oraban?
Y llegamos a lo que llamaban “illesia”. En el alto techo de la sala había una gran campana. Y bajo ella, sobre una roca, la talla de madera de un Cristo crucificado. Era una escultura en madera policromada, de estilo románico, uno de cuyos brazos estaba, en parte, quemado. Marsial me hizo sentar cerca de la cruz, junto a él.
Grupos de hombres se sentaban en círculos alrededor, y las mujeres y niños, en un extremo de la sala, permanecían también sentados en el suelo, ellas con la cabeza cubierta por un velo y sin levantar los ojos del suelo.
De algún lugar apareció un hombre vestido con un alba y una casulla descolorida. Vino hacia mí y se me plantó delante. Marsial me indicó que me levantara. Así lo hice, y él me miró. Me dio la sensación de que me traspasaba con su mirada, llegando a rincones de mi ser a los que yo no había llegado nunca. Sonrió levemente, me puso la mano en el hombro dolorido y se dirigió a la cruz. Me senté de nuevo en ese suelo tibio.

Continuará.

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