¿Quién
no desea dinero, fama y poder? No lo sé. En realidad no es malo el dinero para
vivir con dignidad, ni el prestigio entendido como buena fama merecida, ni el
poder como servicio. No, esto no es malo.
Pero
el dinero como centro de la vida, y cuanto más mejor; el prestigio y la fama
como insaciable deseo de brillar ante el mundo; el poder como control de los
demás para mi personal servicio, sí es algo malo. Tan malo como frecuente, como
normal incluso, entendiendo la palabra normal desde el punto de vista
estadístico.
Y así
va el mundo. Así nos va en el mundo. Nuestros ídolos son aquellas personas que,
rindiendo culto a estos tres dioses, son bendecidos por ellos. Y despiertan la
envidia y admiración de los que deseando esas bendiciones no las consiguen. Y por eso su vida entera es una carrera loca hacia ninguna parte.
¿Por
qué esta reflexión este domingo por la noche? Pues por el evangelio de hoy.
Jesús es tentado diciéndole que convierta las piedras en pan, que se tire del
alero del templo, que se postre ante el Mal, que le ofrece el mundo.
Yo veo
ahí el dinero; las piedras se hacen pan. La fama; tirarse al vacío desde el
lugar más sagrado de la ciudad sagrada, y que no le pase nada. El poder; todo
esto, el mundo entero, será tuyo.
A
cambio, póstrate ante mí, adórame, entrégame tu vida y obtendrás todo lo que
quieras, dinero, fama y poder. Es decir, vive en función de obtener las
bendiciones de estos tres dioses.
Y
Jesús los rechaza. Y acaba en la cruz. Sin nada, ni ropa. Con la peor de las
famas. En las antípodas de cualquier poder. Su negativa al Mal la paga cara.
Con el fracaso más absoluto.
¿Y qué
queréis que os diga? El Domingo de Pascua lo veo como la revancha de Dios
Padre, del Bien, de lo Bueno. Por eso necesito la resurrección, porque es lo
que da sentido al mundo, a la vida y a la historia. También por el futuro, por
el más allá, pero de un modo muy urgente por el hoy, por el ahora.
No sin
razón dice san Pablo que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe.
¡Buenas
noches!
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