Aquel
día amaneció lloviendo en el pueblo, no mucho, pero lloviendo. Era un día
fresco, húmedo y oscuro, de los que invitan al reposo y al buen comer, pero
sabíamos que por arriba de la gruesa capa de nubes lucía el sol.
En la
estación intermedia seguía gris, aunque ya no llovía. Y entonces ocurrió lo
que, aun esperándolo, resultó impresionante, provocando el aplauso espontáneo
de todas las personas que allí estábamos.
El
telecabina nos sacó de un mundo cerrado y gris, elevándonos sobre un
resplandeciente mar de nubes del que sobresalían montañas inmensas, blancas,
brillando al sol, recortándose sobre un cielo azul intenso. La luz era casi
cegadora.
Reconozco
que me emocioné, y no sólo yo. El contraste, el paisaje, la luz, el aplauso de
la gente, sus caras de asombro…
Aquella
mañana es para mí un símbolo de lo que millones de personas estamos esperando
en estos momentos, salir por encima de las nubes…
Me
entendéis, ¿no?
Ya habéis visto algunas fotos de aquel día, para despejarse un poco.
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