Estos
días están llenos de momentos difíciles de asumir en toda su profundidad.
Necesitaremos tiempo para hacerlo.
Ahora
mismo, mientras escribo estas líneas, las campanas de la iglesia del pueblo
están tocando a misa. El párroco celebrará la eucaristía a puerta cerrada y
todos sabemos que cuando vuelvan a tocar, habrá acabado.
El día
ha sido muy gris, y ese cielo cerrado parece hacer más profundo el silencio que
se ha hecho el amo de todo, empujándonos a
asomarnos a abismos que ni imaginábamos.
Sin
embargo, a las dos ese silencio se ha hecho añicos. Era la hora de la "mascletá" del día grande, del día de San José. Petardos, carcasas, música, cacerolas,
gritos; la gente en balcones y azoteas en una rabiosa manifestación de las
inmensas ganas que todos tenemos de alegría, de fiesta, de libertad, de vida.
Y
cuando ha acabado la "mascletá", las notas de Valencia
en Fallas, por la megafonía del ayuntamiento, han puesto el punto final al
acto. Y ha vuelto el silencio. Ha sido la "mascletá" más conmovedora de mi vida. Las campanas de la iglesia, la "mascletá" de las dos, el aplauso de las ocho, quién
sabe qué esta noche, la de la "cremá"…
Así,
rompiendo el silencio de vez en cuando, nos reencontramos y nos reconocemos en
los demás, en los que escuchan las campanas, en los que aplauden, en los que
tiran petardos, en los que golpean la cacerola y tocan un instrumento desde el
balcón de su casa.
Tañen
de nuevo. Ha acabado la misa.
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