FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Allá en el glaciar. Capítulo 3.

Interior de una grieta glaciar.

Entonces me di cuenta de que la pared de mi derecha no era de hielo, sino de roca. Yo diría que igual de fría que el hielo; pero era granito, aunque también imposible de escalar. ¿Estaba en el fondo del glaciar?
Decidí seguir esta pared de roca sin saber muy bien por qué. Iba pegado a ella, como abrazándola, como pidiéndole que me sacara de ese mundo de oscuridad, frío y silencio.
Aunque a decir verdad el silencio no era tan absoluto como la oscuridad. Me pareció oír un sonido casi imperceptible, como de una corriente de agua. Me alegró fugazmente pensar que, si era agua, saldría del glaciar por algún sitio. Podía ser mi salvación. Me aferré a esta idea como a un clavo ardiendo.
El caso es que seguí avanzando, sin apartarme nunca de la pared de granito, y oyendo, cada vez más definido, el sonido del agua. Entonces me pareció ver una tenue luminosidad a lo lejos, ¿o estaba cerca? ¿Era la luz del día? Apagué la linterna.
Ahora que te estoy contando esto, todavía he sentido un escalofrío que me ha recorrido todo el cuerpo. Sí, veía un leve brillo, verdoso. Avancé hacia él dándome cuenta de que el suelo ya no era hielo; no, no había hielo por ningún sitio, aunque seguía haciendo mucho frio.
Pero la oscuridad ya no era absoluta, ni tampoco el silencio. Seguí avanzando, ya sin linterna, guiándome por ese suave resplandor. Seguía oyendo el rumor del agua, pero me pareció escuchar otros sonidos. Sólo de recordarlo se me pone la piel de gallina después de tantos años. Parecían voces humanas.
Mis ojos se iban acostumbrando a la oscuridad. Se distinguía algo. Veía zonas más iluminadas que otras. Y oía. Oía voces. No había duda. Me parecían voces de niños. Pero no los veía. Por un momento pensé que eran alucinaciones, y también llegué a pensar que me había muerto. Pero no era ni una cosa ni la otra.
Observé cómo la luz provenía de las paredes de granito, que emitían una luminiscencia extraña. Me recordaba la luz de las saetas del despertador de cuando éramos pequeños. ¿Te acuerdas que te daba miedo ese brillo y que no entendíamos cómo se producía?
En esa suave luz que me envolvía ya veía bien; y además no hacía frío, el ambiente era tibio. Distinguía ante mí lo que parecía una inmensa sala, a la que estaba entrando, cuyos límites se me escapaban. Avancé más y las voces cesaron de repente. Sólo se oía el agua.
Y entonces pude distinguir con claridad siluetas humanas, agrupadas, silenciosas, tensas. No pude ya moverme. Tuve miedo. Estaba paralizado por el miedo.

Continuará.

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