FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

sábado, 28 de marzo de 2020

Allá en el glaciar. Capítulo 6.



Al llegar a ella sacó de algún sitio un libro de grandes dimensiones. Lo abrió y sin más preámbulos empezó a leerlo. Era latín, eso sí era latín. De vez en cuando dejaba de leer y parecía que oraba, mientras todos los presentes le acompañaban, también en latín. Luego siguieron otros ritos, y cánticos que parecían venir de muy atrás en el tiempo.
Estaba asombrado, y absorto en aquella ceremonia, mientras mi cabeza, a la vez, seguía dándole vueltas a qué era aquello, dónde estaba, qué me pasaría…
Hubo entonces un profundo silencio. Un largo y profundo silencio que aproveché para pensar, en un desesperado intento por entender algo. Aquella talla románica, el libro, el latín, la lengua que entre ellos utilizaban… Sabía que los siglos XII y XIII habían sido terribles para los pobladores de aquellos valles. Un clima duro, guerras, invasiones, epidemias, habían castigado sin piedad a aquellas gentes. Quizá, huyendo de todo aquello, se refugiaron en aquel mundo subterráneo, y allí se quedaron… Pero, ¿cómo? ¿Cómo lo habían conseguido? ¿Cuántos eran?
Acabó la celebración con otro canto cuyas notas me resultaban lejanamente conocidas, pero nunca pude repetirlo. Lo tengo en lo hondo de mi mente, mas soy incapaz de sacarlo de allí.
Entonces Marsial se levantó y me indicó que le siguiera. Estuvimos un buen rato andando por un laberinto de estancias y corredores. Al fin llegamos a una sala pequeña y confortable y nos sentamos en el suelo, siempre se sentaban en el suelo. Y para mi sorpresa me preguntó por pueblos del valle; Benás, Grist, Seira, Sarllé… Sabía que habían existido y quería saber si seguían existiendo. Le alegró saber que sí, que ahí estaban, arriba, al sol.
Después de un rato de lenta y a veces difícil charla, en la que ambos hacíamos esfuerzos por entendernos, reanudamos el paseo. Vi arroyos de agua limpísima, una gigantesca cascada que se perdía en una sima, cuyo sonido atronaba en la sala donde estaba, pero que era grato en cuanto salías de ella. Olí a comida. Escuche conversaciones que no entendía. Hasta me pareció vislumbrar huertos en los que las plantas no eran verdes. En un momento del paseo, pasamos por un lago de agua caliente donde un buen número de niños se bañaba, jugaba, reía y gritaba, como cualquier niño; pero sus movimientos eran lentos, un poco torpes.
¡Qué extraño paraíso! Nos sentamos contemplando el juego de los niños. Parecía que le contagiaban su alegría a Marsial, que sonreía en silencio. Al rato, un hombre me acercó una vasija y me hizo un gesto para que bebiera. Yo miré a Marsial y asintió con la cabeza. Fui a beber, y al acercármela a la boca me di cuenta, sorprendido, de que no me dolía el hombro.
Tenía aquel brebaje un sabor parecido a un licor de hierbas. Al momento me entró un sopor muy agradable y me recosté. Sentía que entraba en un profundo sueño.

Continuará. 

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