El Coll de Toro con su lago. Al norte, Arán; al sur, Benasque.
La
historia, narrada por mi hermano, de lo que le aconteció en el glaciar, acaba
en el capítulo siete. En este último voy
a contar lo que yo hice tras conocerla pues, como podéis suponer, me quedé con
muchas ganas de entender qué le sucedió realmente.
Investigué
durante años, y por cada pregunta respondida se abrían otras nuevas. Cuanto más
sólidamente se sustentaba el relato, más hondo se hacía el misterio que lo
envolvía.
Voy a
exponer sucintamente el resultado de mis averiguaciones.
Empecé
por la historia. En los siglos XII y XIII estaban formándose los reinos
cristianos al norte de la península, pues casi toda ella era musulmana. Fue un
tiempo de guerras y violencia donde ningún reino podía garantizar seguridad
alguna a sus habitantes.
Seguí
con el clima. En aquellos tiempos el clima era mucho más duro que el actual.
Inviernos largos con grandes nevadas. Veranos cortos y frescos. Algo de caza,
la agricultura muy pobre y una ganadería mínima, eran la base del sustento de
las gentes. Y eso dependía enteramente del clima.
También
descubrí que dadas estas condiciones de vida, las hambrunas y las enfermedades
eran frecuentes, y estas últimas pronto se convertían en epidemias que diezmaban
poblaciones enteras.
Con
todos estos datos, es verosímil pensar que alguien buscara un mundo más
habitable, más seguro; un mundo donde se
pudiera vivir de un modo menos azaroso. Y quién sabe si, huyendo de alguna
razia, de alguna enfermedad, de algún invierno especialmente cruel, encontraron
la entrada a aquel mundo subterráneo. Y allí se quedaron.
El Coll
de Toro. Recuerdo que Marsial dijo a los suyos que mi hermano habría entrado
por el Col Goturum, el coll de Toro. Lo conocía. Quizá fue esa antaño su puerta
de entrada, y seguía siendo su única comunicación con el mundo exterior. Quizá.
Y este
dato también es verosímil, porque por aquella zona hay numerosas grutas. Actualmente
sabemos que el macizo granítico de La Maladeta se elevó en el plegamiento
alpino, rompiendo una corteza caliza más antigua. En la zona de fractura entre
el granito y la caliza, quedaron grandes cavidades subterráneas y profundas
grietas por donde salía a la superficie el calor interno de la tierra. Ahí
están los Baños de Benasque, o el Forat de Aigualluts, para ratificar todo
esto.
Eso
explicaba el calor de aquellas cavernas, el agua que corría por sus arroyos, la
gran cascada, el lago termal… Pero, ¿y la luz? ¿De dónde salía esa luz verdosa que irradiaba
la roca y que les iluminaba?
También
investigué esto. Y descubrí que, en casi todas las cavidades subterráneas hay
radioactividad, y esa radioactividad podía, en determinadas condiciones,
producir luz. ¡Su luz era radioactiva! Y eso explicaba también la casi ausencia
de pelo de aquella gente, las cataratas, su piel frágil y suave, nunca
castigada por el sol. Y ese cuello abultado que tenían era bocio, provocado por
la falta de yodo y otras carencias de vitaminas y minerales. Pero ¿cómo se
habían adaptado a aquello sin morir?
Todo
el relato de mi hermano era verosímil, mas aquella verosimilitud lo hacía más
misterioso todavía. Todo encajaba, pero descubrir aquello no respondía a la
gran pregunta. ¿Había sido real todo lo que me contó, o fue un sueño, un
delirio, consecuencia de un accidente que nunca nos desveló?
Voy a
ir acabando añadiendo un dato más. Si recordáis el capítulo primero, mi hermano
me contó la historia pidiéndome que quedara entre nosotros. Para publicarla le
he pedido permiso, y me lo dio con la condición de que cambiara el final. Y así
lo he hecho. A él no lo rescató la Guardia Civil…
Yo sí
sé que pasó, pero no puedo, no debo decirlo. Porque si realmente, allá, bajo el
hielo del glaciar, en las entrañas de la tierra, hay un pueblo que ha
encontrado la vida y la paz, debo respetarlo. Y si todo fue un sueño, fue un
sueño muy inquietante, porque he de decir, y esto sí me ha sucedido a mí, y
tengo testigos, en el Coll de Toro he salvado la vida milagrosamente dos veces.
Y en ambas ocasiones, perdido en la niebla.
Una,
bajando hacia la Artiga de Lin. Lo cuenta mi hermano en su historia. Un hombre,
aparecido misteriosamente en el momento más crítico, nos salvó de despeñarnos*.
La otra, bajando del Mall de la Artiga**, alcanzamos, sin ver nada, el único
punto posible por donde franquear una imponente muralla que nos separaba del
collado, una estrecha chimenea. ¿Casualidad? En una pared de casi un kilómetro, un único paso. Y a él llegamos. No vimos a
nadie, pero algo nos llevó, de entre mil caminos posibles, al único que nos
podía salvar. Y he de añadir que muchos años después, un día espléndido de sol,
y con muchos años más de experiencia, no logré encontrarlo.
Por
todo esto, sea lo que sea lo que le sucedió a mi hermano allá en el glaciar, pertenece
a esa región de nuestras vidas en que algo desafía nuestro conocimiento, rompe
nuestras seguridades, y nos abre las puertas al misterio.
Y así
debe seguir.
*Esta historia está en el
blog. Si quieres conocerla, pulsa en el buscador, El hombre de los caracoles.
Ya hago referencia a ella en el capítulo 4.
**Esta otra historia está publicada el 31 de marzo de 2020. Si quieres encontrarla pulsa en el buscador Sucedió en el Mall de ´Artiga.
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