FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

lunes, 30 de marzo de 2020

Allá en el glaciar. Capítulo 8.

El Coll de Toro con su lago. Al norte, Arán; al sur, Benasque.

La historia, narrada por mi hermano, de lo que le aconteció en el glaciar, acaba en el capítulo siete.  En este último voy a contar lo que yo hice tras conocerla pues, como podéis suponer, me quedé con muchas ganas de entender qué le sucedió realmente.
Investigué durante años, y por cada pregunta respondida se abrían otras nuevas. Cuanto más sólidamente se sustentaba el relato, más hondo se hacía el misterio que lo envolvía.
Voy a exponer sucintamente el resultado de mis averiguaciones.
Empecé por la historia. En los siglos XII y XIII estaban formándose los reinos cristianos al norte de la península, pues casi toda ella era musulmana. Fue un tiempo de guerras y violencia donde ningún reino podía garantizar seguridad alguna a sus habitantes.
Seguí con el clima. En aquellos tiempos el clima era mucho más duro que el actual. Inviernos largos con grandes nevadas. Veranos cortos y frescos. Algo de caza, la agricultura muy pobre y una ganadería mínima, eran la base del sustento de las gentes. Y eso dependía enteramente del clima.
También descubrí que dadas estas condiciones de vida, las hambrunas y las enfermedades eran frecuentes, y estas últimas pronto se convertían en epidemias que diezmaban poblaciones enteras.
Con todos estos datos, es verosímil pensar que alguien buscara un mundo más habitable, más seguro; un  mundo donde se pudiera vivir de un modo menos azaroso. Y quién sabe si, huyendo de alguna razia, de alguna enfermedad, de algún invierno especialmente cruel, encontraron la entrada a aquel mundo subterráneo. Y allí se quedaron.
El Coll de Toro. Recuerdo que Marsial dijo a los suyos que mi hermano habría entrado por el Col Goturum, el coll de Toro. Lo conocía. Quizá fue esa antaño su puerta de entrada, y seguía siendo su única comunicación con el mundo exterior. Quizá.
Y este dato también es verosímil, porque por aquella zona hay numerosas grutas. Actualmente sabemos que el macizo granítico de La Maladeta se elevó en el plegamiento alpino, rompiendo una corteza caliza más antigua. En la zona de fractura entre el granito y la caliza, quedaron grandes cavidades subterráneas y profundas grietas por donde salía a la superficie el calor interno de la tierra. Ahí están los Baños de Benasque, o el Forat de Aigualluts, para ratificar todo esto.
Eso explicaba el calor de aquellas cavernas, el agua que corría por sus arroyos, la gran cascada, el lago termal… Pero, ¿y la luz?  ¿De dónde salía esa luz verdosa que irradiaba la roca y que les iluminaba?
También investigué esto. Y descubrí que, en casi todas las cavidades subterráneas hay radioactividad, y esa radioactividad podía, en determinadas condiciones, producir luz. ¡Su luz era radioactiva! Y eso explicaba también la casi ausencia de pelo de aquella gente, las cataratas, su piel frágil y suave, nunca castigada por el sol. Y ese cuello abultado que tenían era bocio, provocado por la falta de yodo y otras carencias de vitaminas y minerales. Pero ¿cómo se habían adaptado a aquello sin morir?
Todo el relato de mi hermano era verosímil, mas aquella verosimilitud lo hacía más misterioso todavía. Todo encajaba, pero descubrir aquello no respondía a la gran pregunta. ¿Había sido real todo lo que me contó, o fue un sueño, un delirio, consecuencia de un accidente que nunca nos desveló?
Voy a ir acabando añadiendo un dato más. Si recordáis el capítulo primero, mi hermano me contó la historia pidiéndome que quedara entre nosotros. Para publicarla le he pedido permiso, y me lo dio con la condición de que cambiara el final. Y así lo he hecho. A él no lo rescató la Guardia Civil…
Yo sí sé que pasó, pero no puedo, no debo decirlo. Porque si realmente, allá, bajo el hielo del glaciar, en las entrañas de la tierra, hay un pueblo que ha encontrado la vida y la paz, debo respetarlo. Y si todo fue un sueño, fue un sueño muy inquietante, porque he de decir, y esto sí me ha sucedido a mí, y tengo testigos, en el Coll de Toro he salvado la vida milagrosamente dos veces. Y en ambas ocasiones, perdido en la niebla.
Una, bajando hacia la Artiga de Lin. Lo cuenta mi hermano en su historia. Un hombre, aparecido misteriosamente en el momento más crítico, nos salvó de despeñarnos*. La otra, bajando del Mall de la Artiga**, alcanzamos, sin ver nada, el único punto posible por donde franquear una imponente muralla que nos separaba del collado, una estrecha chimenea. ¿Casualidad?  En una pared de casi un kilómetro,  un único paso. Y a él llegamos. No vimos a nadie, pero algo nos llevó, de entre mil caminos posibles, al único que nos podía salvar. Y he de añadir que muchos años después, un día espléndido de sol, y con muchos años más de experiencia, no logré encontrarlo.
Por todo esto, sea lo que sea lo que le sucedió a mi hermano allá en el glaciar, pertenece a esa región de nuestras vidas en que algo desafía nuestro conocimiento, rompe nuestras seguridades, y nos abre las puertas al misterio.
Y así debe seguir.

*Esta historia está en el blog. Si quieres conocerla, pulsa en el buscador, El hombre de los caracoles. Ya hago referencia a ella en el capítulo 4.
**Esta otra historia está publicada el 31 de marzo de 2020. Si quieres encontrarla pulsa en el buscador Sucedió en el Mall de ´Artiga.

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